Colección Estudios de Derecho Mercantil (MERCATURA), Nº 38

Aunque la noción de responsabilidad social corporativa aparece plenamente integrada, en nuestros días, en la realidad cotidiana de las empresas, sobre todo de las que tienen mayor dimensión, como una vertiente significativa de su actividad en el mercado y de su organización interna, no debe olvidarse que se trata, entre nosotros, de un fenómeno todavía reciente, cuyos perfiles concretos son tributarios, en buena medida, de prácticas y desarrollos surgidos y configurados en otros países. La cercanía en el tiempo y la acusada dependencia, no sólo terminológica, de las experiencias foráneas han conducido a muchos autores a no apreciar las conexiones de la responsabilidad social corporativa con ciertas realidades del pasado, convirtiéndola, de este modo, en un fenómeno único y singular. Sin ignorar, por supuesto, los elementos específicos que la caracterizan, resulta necesario destacar los rasgos de continuidad que se aprecian entre la empresa responsable de nuestros días y algunos planteamientos del pasado tendentes a lograr una visión «institucional» o «pluralista» de la empresa y de su interés. Más allá de diferencias conceptuales, en ambos casos cabe percibir sin dificultad un propósito común, consistente en superar el entendimiento de la empresa como un agente económico en el mercado solamente interesado en la consecución de los más altos beneficios. Esa perspectiva reduccionista, debida a una conocida corriente de pensamiento económico, es la que se descarta o se pretende superar tanto en la actual responsabilidad social corporativa como en las orientaciones de corte pluralista o institucional, tan significativas en ciertos periodos del pasado siglo.

Parece innecesario advertir que la asunción de estos planteamientos no ha convertido a las empresas que los abrazan en sujetos piadosos, despreocupados por completo de la cuenta de resultados. Al contrario; el propósito de que la empresa pueda llegar a merecer el calificativo de «socialmente responsable», aun animado por finalidades no necesariamente económicas, es o puede llegar a ser un factor relevante a la hora, determinante para toda empresa, de cifrar los resultados, positivos o negativos, del ejercicio. No han faltado, por ello, los autores que han visto en la responsabilidad social corporativa un fenómeno puramente cosmético, dirigido con carácter exclusivo a «mejorar la imagen» de la empresa en la sociedad, facilitando, de este modo, la difusión de sus productos o servicios en el mercado. Sin entrar ahora en este significativo asunto, resulta indudable la «doble faz» de la responsabilidad social corporativa, en cuanto implica, de un lado, el propósito de integrar en el funcionamiento cotidiano de la empresa pautas no coincidentes con la exclusiva maximización del beneficio, sin perjuicio de que, de otro lado, la calificación como empresa responsable sea un poderoso instrumento de marketing de la misma, con la consiguiente repercusión positiva en la cuenta de resultados. Con todo, la figura que ahora nos ocupa es fiel reflejo de una visión pluralista de la empresa y de su interés, en cuanto que pasan a formar parte de él, en cierto grado, al menos, las aspiraciones y los objetivos de los diversos grupos de stakeholders (trabajadores, proveedores, el municipio o el territorio en el que se inserta) afectados por su funcionamiento, sin ignorar, además, las repercusiones de la actividad empresarial en el medio ambiente.