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Políticas de distribución territorial del poder de Marruecos. El proceso de descentralización comunal
Políticas de distribución territorial del poder de Marruecos. El proceso de descentralización comunal
 
Autor: Ojeda García, Raquel
Editorial: Comares
Soporte: Libro
Fecha publicación: 15/12/2004
Edición: 
ISBN: 848444869X
328 páginas
Sin Stock. Envío en 7/10 días

Precio original:    18,00 €
Precio final por compra On-Line:     17,10 €   (I.V.A. incluido)

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Acabo de leer estas páginas que pronto el lector tendrá entre sus manos 1. Proceden de una excelente tesis doctoral que, entre sus muchos méritos, tiene en su haber la impronta y la fuerza de los pioneras, al ser la segunda que sobre el Magreb aporta la Ciencia Política española; disciplina rica de estudios de otras áreas, pero con sonoros vacíos en su atención a la otra orilla del Mediterráneo.
El trabajo que Raquel Ojeda comparte con nosotros es un fruto maduro de una línea de investigación sobre el Mediterráneo, particularmente sobre el Magreb, y de un grupo de investigación, el Grupo de Estudios e Investigaciones sobre el Mediterráneo (GEIM), cuya andadura se inició hace catorce años en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de Granada, alimentado la eclosión que a partir de los noventa se produce en las ciencias sociales españolas para atender al Mundo arabo-musulmán. La profesora Ojeda forma parte de la segunda generación de doctores que surge del grupo de investigadores que contribuyen a engrosar la bibliografía española especializada en temas arabo-musulmanes, con más de una treintena de tesis doctorales realizadas y más de una veintena en curso.
Debo confesar que este libro no es nuevo para mi, viví y disfruté del proceso de elaboración, agradecida por el regalo de compartir lecturas, reflexiones, dudas y debates en los más singulares escenarios. A veces los densos viajes de autobús, las interminables esperas en los aeropuertos, las incomodidades de nuestros trenes sirvieron para enredarnos y apasionarnos con los temas que ambas estábamos trabajando. A lo largo de tantas horas de conversación se ha producido el curioso y saludable hecho de que algunas de las ideas previas de la doctora Ojeda han cambiado a lo largo de la investigación y en el proceso de redacción. Otras ideas previas mías sobre diversos extremos del sistema político marroquí han cambiado también. Otras muchas visiones y convicciones de una y otra no se han conmovido lo más mínimo a pesar de los muchos litigios mantenidos. Ni que decir tiene que de todo ello me alegro.
La hondura académica y profesional, y el talante de investigadora vocacional de Raquel Ojeda demandan y resisten el debate desde la seguridad que emana de su carácter reflexivo. Por ello, ante la perplejidad de la situación en que me hallo, de un lado, la cercanía, el seguimiento, la implicación y la complicidad; de otro, el valor de la ajeneidad, el ver la publicación con ojos extraños, no vacile en mi elección. Así, desde fuera, con una mirada renovada, me propongo descubrir los hallazgos de Ojeda y del mismo modo revisitar mis puntos de convergencia, de discrepancia y de colisión frontal con ella. Todo ello con la certeza de que será muy útil para mi y con la confianza de que serán entendidos sin provocar mayor desencuentro que la enriquecedora desavenencia académica, tal vez provechosa para otros colegas.
La novedad y mérito de la obra que tengo el honor de prologar no se agotan en la suerte de momento histórico en el que aparece, es la tercera monografía que sobre descentralización en Marruecos disponemos en la escasa bibliografía en castellano (todas ellas de la autora), sino que se extiende a la misma elección de la temática. La originalidad y valentía de la profesora Ojeda reside en encarar el envite del ruedo político marroquí de mediados de los noventa, en el que se debatía por aquel entonces la ley que pondría en marcha la región. Pocos investigadores jóvenes se atreven a asumir compromisos de tal calado, abordando un sujeto caliente, controvertido, de plena actualidad y que en el momento de iniciar sus pesquisas, contaba con una muy escasa literatura no contaminada por la controversia política.
Así que el proceso de descentralización marroquí se convierte en el objeto de sus desvelos. Proceso donde el discurso y la estrategia política, la regulación jurídico-normativa, la practica política y la literatura se enmadejan en un entramado que Raquel Ojeda al presentarnos a la Comuna como ente descentralizado redibuja con su coherente hilo argumental.
La relevancia de este estudio trasciende la especificidad marroquí para atender a dos de los grandes temas clásicos de la politología: uno, la formación del Estado y el aseguramiento de su dominación a través de sus estructuras; otro, el análisis del desarrollo institucional y el cambio político. Ambas cuestiones son abordadas en toda su riqueza y complejidad. La implantación del poder estatal en el territorio, y las dificultades para modernizar y desarrollar una sociedad agrícola tradicional, han sido problemas constantes que se han manifestado con mayor o menor crudeza a lo largo de la dilatada historia de Marruecos. Estos asuntos se convierten en el centro neurálgico de la obra, en torno a la cual gravitan una serie de elementos que nos permiten observar detenidamente, como si de un relojero se tratase, los engranajes del sistema político marroquí: la fundamentación del poder, los actores, las normas, la políticas, el papel de las élites locales y el controvertido lugar del mundo rural en la actualidad.
Las interrogantes que transitan de principio a fin el estudio son cómo y por qué un Estado fuertemente centralizado con problemas de integración territorial, propone desde el poder central la implantación de un proceso de descentralización. En el camino y la lógica emprendidas para buscar respuestas, la autora nos propone un itinerario de viaje, en el que la primera visita obligada es un acercamiento histórico a la formación de la Administración territorial precolonial y colonial, para finalmente llevarnos a la Administración tras la independencia. Aquí nos conduce hasta su análisis del ente local más descentralizado para contrastar el discurso, la práctica normativa y política y los logros del tan traído y llevado proceso de descentralización.
En este preciso instante cabe que nos detengamos en un aspecto fundamental del análisis, que se entiende y que se pretende con la descentralización en el sistema político marroquí. La descentralización es presentada como una solución “mágica” a la crisis de legitimidad del Estado a través de una mejora en la gestión pública de Marruecos, dotándola de racionalidad, proximidad al ciudadano, trasparencia y eficacia. En suma, una pócima en la que se mezclan tres ingredientes —descentralización, democracia y desarrollo—, rentabilizando en términos del discurso las diferentes combinaciones y permutaciones de esos virtuosos elementos con el fin de movilizar el consenso político de los diferentes actores políticos bajo la égida de la monarquía. Así, la descentralización en el discurso político y científico aparece como la dimensión local del discurso democrático, a través de las reformas comunales de distinto alcance e incidencia de 1960 y 1976. Esta mayor democratización acentúa el aspecto de promoción de la participación y mayores responsabilidades a los electos, pero, en cambio, a veces relega y otras prescinde de la autonomía de las colectividades, la quintaesencia de la descentralización.
El desarrollo es una de las finalidades y de las razones de ser de la descentralización, movilizando en términos de discurso político todas las sinergias favorables a la corrección de las sangrantes diferencias entre territorios, clases sociales, géneros e identidades culturales arraigadas. Sin embargo, la promoción de la identidad cultural se evita o se folkloriza, banalizándola y despolitazándola. Tras ello se esconde la mal denominada cuestión bereber o norteña, que ha provocado y provoca las más apasionadas reacciones atizando el fuego de los míticos miedos de ruptura de la unidad nacional. No hay independencia en el proceso de toma de decisiones, la autonomía económica, tecnológica y de recursos humanos es una utopía largamente acariciada, y la lucha contra las disparidades geográficas se ha tornado en atención preferente de zonas más dinámicas económicamente, que suelen coincidir con el mundo urbano, agravando y propiciando las polarizaciones extremas y —en el caso del Norte de Marruecos— humillantes.
Con estas mimbres, según Raquel Ojeda, la descentralización comunal no aprueba la reválida de la descentralización, proporcionando, más bien, pequeños sorbos de una descentralización descafeinada, lo que se asimila más a la desconcentración. La eficacia de la descentralización, y particularmente de la descentralización comunal, obtiene casi un sobresaliente como estrategia discursiva de aglutinación y de consenso. Su juicio no se dulcifica a pesar de reconocer ciertos avances a la reforma comunal de 1976 y a la regional de 1997.
Es aquí donde su valiosa investigación y aportación se engrandece aún más. El caudal de datos, de informaciones contrastadas, su excelente y meticulosa descripción de la realidad comunal, que puede ser interpretada y analizada de forma diferente, es un material precioso, maleable desde planteamientos teóricos y desde lógicas argumentales distintas.
Desde mi óptica, la descentralización no sólo cumple sus objetivos en el plano del discurso político, proporcionando un suave, refrescante y regenerador efecto balsámico con el consenso político. También se producen ciertos efectos reales, fruto del divorcio entre objetivos latentes y manifiestos. A través de los objetivos manifiestos de la reforma comunal, se intentan perseguir otros de muy distinto calado y envergadura, que intentan vaciar de contenido la descentralización anunciada; como si fuera sólo una campaña publicitaria en la que lo que menos cuenta es el producto o la mera existencia o consistencia del mismo. El desajuste entre el discurso y la estrategia política, la regulación normativa y la virtualidad práctica de esos elementos no deja de producir determinados impactos en lo real. Las contradicciones, los grises y claroscuros que observamos, y que no nos permiten calificar con nitidez y claridad el proceso de reformas comunales, son fruto de la ambigüedad de todas las variables que se dan cita. Observamos atónitos los efectos queridos y lo no queridos de una modernidad parcialmente deseada.
Coincido con Raquel Ojeda en valorar la descentralización, como la respuesta del Estado y del poder marroquí, que reaccionan como un toro mal herido que rastrea burladeros en los que apoyarse. En su búsqueda de nuevas fuentes de legitimidad, acude como siempre a su capacidad de prestidigitación, con técnicas largamente ensayadas, intentando preformar y conformar la realidad a través del discurso y propiciando un nuevo proceso de elitización.
Pero estimo que no se puede obviar otra de sus vigas maestras. La descentralización persigue conseguir la integración territorial, solventar este viejo demonio que se muestra de forma renovada. Así, el efecto visible es ambiguo, contradictorio y de múltiples aristas, moviéndose entre un discurso descentralizador que genera efectos no queridos, a modo de pequeños islotes de descentralización, y un proceso desconcentrador, como mar de fondo.
Estas afirmaciones encuentran su sustento en una visita a la historia del proceso de descentralización y sus protagonistas. El Estado marroquí y el poder, han intentado y siguen intentando, con encomiable esfuerzo, controlar y estar presentes en todo el territorio como fuente de su legitimidad. La integración territorial se presenta como la llave de la supervivencia y de la supremacía de la monarquía dentro del sistema. Las distintas etapas del proceso de descentralización muestran como la estrategia integradora recibe distinta traducción dependiendo del momento político, y de la situación del estado central y del espacio local. En 1960 nos encontramos en los albores de la independencia, el imperativo mayor es la construcción del estado-nación. El estado unitario y centralista ve el territorio como un elemento constitutivo de ese nuevo estado. La descentralización en un contexto de monopolio político se pervierte y se degrada a una mera división de trabajo dentro del territorio. La reforma comunal de los sesenta traduce el pacto entre élites locales y monarquía y supone la inmersión de los notables en el centro político, en el poder nacional.
La primavera política marroquí de mediados de los setenta es deudora de una monarquía que se siente amenazada. Tras la traición del ejército vuelve su mirada a los castigados y maniatados partidos políticos. En el ámbito de la administración visualizamos el desmoronamiento del monolitismo estatal. La reforma comunal de 1976 glosa una descentralización entendida como el reconocimiento de las colectividades locales y la cesión de poderes a las mismas. De nuevo se busca integrar a través del reconocimiento formal de la periferia como interlocutor del centro. El espacio local adquiere una nueva dimensión, ya no es deglutido por lo nacional sino que mantiene su identidad como actor político diferenciado. El poder central negocia con los representantes de esa periferia, aunque los términos de la negociación dificilmente encubren un regalo envenenado. En un momento de crisis económica concede cierta autonomía a los territorios para que ellos mismos se las arreglen sólos, evitando y endilgando la sobresaturación del Estado marroquí de demandas no satisfechas.
La cuestión se complica y enriquece cuando la negociación con el espacio local no encuentra como antaño un único interlocutor más o menos compacto. Desde mediados de los sesenta hasta la actualidad el universo de la élite local se torna más complejo y variado; poblado de un diversidad de tropas compuestas por: los electos locales urbanos, los electos locales rurales, los agentes de autoridad, los notables urbanos (dentro de ellos el surgimiento de una nueva élite de lo peri-urbano, los nuevos notables del hábitat clandestino en los que buscan protección los barrios marginales), los notables rurales (en su seno la figura del burgués latifundista caracterizado por el absentismo, que no guarda relación con las estructuras locales, incapaz por tanto de movilizar su sustento al centro; un perfil muy distinto y distante del notable de la independencia) y la segunda generación de campesinos instruidos (procedentes de la urbanización rural y cuya única salida es su integración en la función pública). La naturaleza y la composición de las élites locales ha cambiado e inevitablemente implica una diversificación de los posibles interlocutores en la transacción.
Además de un cambio cuantitativo y cualitativo en la élite local, la especificidad de este momento descentralizador reside en que se dan al unísono dos movimientos aparentemente contradictorios, de un lado la integración estatal, y de otro el reconocimiento de autonomía. Digo aparente, o más bien nominal, porque el Estado que integra no es el mismo ni persigue lo mismo que en los sesenta; la letra y la música de la integración son otras, y tal vez de facto, por encima de los conceptos, esté ensayando otro tipo de relación entre el Poder central y los territorios, con las contradicciones, cautelas y prevenciones que le caracterizan, para seguir disfrutando de su posición privilegiada.
Confieso que he leído con mayor avidez la segunda parte del libro y sigo notando en ella cierta orfandad de la descentralización, al carecer de la suficiente presencia, del almohadillado del proceso y contexto político. Tal vez la ausencia sea más clamorosa en el capítulo de las elecciones locales, donde el colosal esfuerzo de tablas y gráficos reclama un análisis más pausado.
No pretendo aprovechar la generosa oferta de prologar esta obra para dar réplica a la autora. No es el momento ni el lugar, aunque si quisiera citar brevemente algunos temas que pernean el trabajo con los que mis discrepancias son más fuertes. Uno de ellas es la visión del sistema político marroquí a través del prisma teórico-analítico del inmovilismo, reminiscencia de la fuerte herencia de los estudios de los sesenta. Otro, el monopolio escénico de una monarquía que casi siempre se presenta como fuerte y omnipresente (olvidando que, las más de las veces, la fuerza y la violencia son síntoma de debilidad política), eliminando de un plumazo el pugilato y la lucha de más de cuarenta años de la oposición. Finalmente sobre el papel de las élites locales, los pactos o alianzas que cimientan en la actualidad el sistema y el lugar del mundo local que se desprende del texto, también tendría mis reservas y matizaciones.
Con estas afirmaciones no pretendo sino rendir homenaje, desde mis propias posiciones, a un brillante trabajo de investigación que culmina en un producto de gran calado. Raquel Ojeda nos presenta un problema político-administrativo complejo analizado con un rigor, una solvencia y una honestidad académica fuera de lo común. La doctora Ojeda ha abierto un campo de estudio inexistente en nuestra literatura hispánica, convirtiéndose con esta nueva monografía y su ya dilatada producción (casi una veintena de artículos y capítulos de libro) en la especialista indiscutible de la descentralización marroquí. Nos regala en esta ocasión un material precioso que aporta mucho conocimiento y que incita a la reflexión y al debate.

M.ª ANGUSTIAS PAREJO FERNÁNDEZ
Profesora Titular de Ciencia Política y de la Administración
Universidad de Granada
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