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El trabajo autónomo se vislumbraba a finales del siglo pasado como una forma de trabajo residual próxima a su desaparición. Y entiéndase que esta afirmación hecha en sus doble dimensión: en cuanto trabajador, por la vis atractiva del ordenamiento laboral, bajo cuyo paraguas protector se situaban cada vez más trabajadores, tradicionalmente excluidos de su ámbito de tutela, y de otro lado, en cuanto empresario, porque serían literalmente exterminados por la competerncia de las grandes empresas y todo ello pese a que en España el trabajo autónomo siempre ha mantenido una mayor presencia, aunque no tanta visibilidad.
Ello explica la falta de atención legal, administrativa, científica o incluso social prestada hasta ahora al trabajo autónomo, pues la conceptción imperante lo consideraba una forma de trabajo anticuada y alejada de los cánones de eficiencia económica del capitalismo avanzado en un contexto dominado por la globalización económica y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.
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