La evidencia actual de que el Estado dispone de la violencia física parece dispensar a la sociología del estudio de sus manifestaciones concretas. Las situaciones de empleo de la fuerza por parte de la policía, en efecto, parecen ser escasas, y el proyecto de observarlas implica un costo considerable, disuasivo, cuando la simple presencia de un observador no altera la probabilidad o el desarrollo de las situaciones violentas. La escasez efectiva de las violencias policiales invita a una sobre inversión teórica, acompañada de una dimisión empírica. Detrás de estas interacciones violentas o brutales que no podemos ver se supone una "habilitación originaria", en una suerte de salto metafísico que nos arranca de la comprensión de las situaciones concretas para depositarnos a orillas de la filosofía política, alejados mil leguas de las interacciones en juego. O incluso se declara a la sociología de la policía "sociología de los usos sociales de la fuerza y de la legitimación del recurso a la fuerza en las relaciones políticas. Se deja de lado, entonces, la violencia como tal, considerada inmanente a toda intervención policial (cuando menos a título de simple posibilidad), y se pone la atención en las actividades ordinarias de los agentes de la fuerza pública. La policía, puesto que es una suerte de categoría particular de la fuerza, permite empujar el estudio de las interacciones policiales violentas a un horizonte último. La distancia entre el estatus esencial conferido a la fuerza y la escasez de sus manifestaciones concretas tiende al desvanecimiento del objeto empírico. Al negarle a su objeto (la policía o la fuerza) la prueba de sus interacciones violentas, la sociología de la policía nunca somete a prueba a su propio objeto. Es esta contradicción la que queremos superar aquí, llevando a cabo una investigación capaz de reconciliar la escasez efectiva de la fuerza y su centralidad teórica, la excepción y la esencia, en la realidad concreta de las intervenciones del Estado.