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La obra expone cómo el progresismo ha impuesto una Ética en las sociedades de contenidos circunstanciales dependientes de la evolución marcada por la ley de Progreso, constituyéndose cada momento histórico en una fase determinada en el destino humano. En el proceso, el individuo se configurará como un ser a expensas de conformarse según requiera la universalidad del género que aspira a constituirse como unidad.
El autor defiende que el progresismo es un tipo de nihilismo, creador de una Ética constructivista con la pretensión de vaciar a la persona de la conciencia natural, sustituyéndola por una conciencia social basada en una fe inmanente, asentada en la tecno-ciencia. A partir de ella se configurará un orden-desorden artificial, mezcla de diferentes corrientes que son la base del humanitarismo. Esta Ética convierte al individuo en un nonato sucesivo, atrapado en una transformación constante; a las sociedades a caracterizarse por un individualismo extremo y un igualitarismo social, creando un modo de pensar que logra la desaparición del logos y que el individuo asuma que la nada constituye su ser como conjunto de actos aparentes.
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